Ten piedad de mí
¡Señor! si en sus miradas encendiste Este fuego inmortal que me devora Y en su boca fragante y seductora Sonrisas de tus ángeles pusiste; Si de tez de azucena la vestiste Y negros bucles; si su voz canora, De los sueños de mi alma arrulladora, Ni a las palomas de tu selva diste, Perdóna el gran dolor de mi agonía Y déjame también buscar olvido En las tinieblas de la tumba fría. Olvidarla en la tierra no he podido. ¿Cómo esperar podré si ya no es mía? ¿Cómo vivir, Señor, si la he perdido? Jorge Isaacs (1837 - 1895)